miércoles, junio 28, 2006
Ensayo de un discurso de graduación
Vería sus rostros conmovidos y preocupados, alertandos de ese futuro inevitable. Hablaria de gratitud, de paternidad, de enseñanza y al final exaltaria las cualidades individuales que nos trajeron hasta ahí y no caería en el egoismo. Hablaría de cambiar la vista, de alzar la cara y hacerles creer que son una máquina del tiempo (por que lo son). Sonreirian, verian su reloj, a sus amigos, a sus padres y yo fingiria que todo esto sale de una hoja de papel y entonces, todos apresurados me escucharian decir que estos tiempso que se han ido no volveran; veré sus lagrimas. Pensaré en al ultima palabra, la que finalizara de manera amena tan teatral acto, agacharé mi cabeza y cuando tenga la palabra lista miraré a todas las butacas vacias aún reclinandose porque esas rafagas se abrieron paso violentamente hasta la puerta.
jueves, junio 01, 2006
Ejercicio acerca de "El barril de amontillado"
Las barricas de Montilla no se llenan en un solo día, ni mucho menos poniendo al tope cada barril con líquido. Poco a poco los barriles van tomando en su interior los sabores y propiedades del vino, hasta que este es ya parte de ellos.
Fortunato nunca llamó mi atención, ni yo la de él. Y no era para nada necesario. Hacía tiempo que yo había dejado el protagonismo en las "altas sociedades" de este lugar, y entonces mi apellido me seguía cual inútil sombra. Sin embargo como sucede en este tipo de sociedades, las noticias de la gente mas importante afectan, o fingen afectar a las personas menos importantes. No era un caso extraño el que tuviéramos que acudir a alguna reunión que significara la bienvenida de algún nuevo miembro de la familia de Fortunato o algún otro hecho; incluso desafortunado para él. Era imposible faltar a dichas reuniones: toda la gente se encontraba ahí; gente útil y apreciable.
Con el tiempo empecé a detestar las galas. Mis amigos empezaron a morir o a mudarse y en las ultimas ocasiones estuve solo bebiendo algún trago de moda; vulgar e insípido.
Era momento de su discurso para conmemorar su vuelta a la libertad que le había quitado el matrimonio; incluso un motivo tan poco digno le hacia merecer una gran gala (era una ofensa). No repetiré sus palabras, solo diré que me llamó desde el estrado y me hizo subir. Yo accedí a todo con gracia (quizás un poco tambaleante por culpa de sus malos tragos) y entonces, frente a toda esa gente preguntó ¿Cuál es su nombre? Ese fue un insulto imperdonable.